la profesion de traductor

Buenos días!!
Hoy os preguntamos ¿Habeis leído algunas instrucciones de esas que vienen en algún aparato chino en ese inglés descacharrado? ¿A que no nos enteramos de la misa la media?
Pues eso, amén a este artículo. Amén a nuestra profesión.

 

 

 

Lorena Cuéllar Calva

Área académica de lingüística

Pocas son las ocasiones en las que nos detenemos a pensar en la importancia de la labor traductológica en la vida diaria. Sin embargo, innumerables han sido las ocasiones en las que hemos podido leer y estudiar un texto producto de la labor de un buen escritor extranjero; y poco nos hemos detenido a pensar en la consecuente y titánica tarea del traductor que supo trasladar esas ideas textuales a nuestra propia lengua.
Y es que casi nunca nos hemos detenido a pensar en que si un texto traducido a nuestra amada lengua española resulta comprensible al lector en lengua hispana, es gracias a la colosal labor de un buen traductor.
En el mundo actual, en el que la internacionalización de las ciencias y las artes es cosa de minutos –o incluso de segundos–, ya casi nadie se detiene a pensar en la importancia de la preservación de nuestro amado castellano; y menos aún en la transmisión certera de un vocablo o un mensaje. Al cabo del ejercicio diario de ese proceso de internacionalización, las fronteras entre las lenguas se han vuelto muy delgadas, casi exiguas. ¿Y cómo no habría de ser así? Los llamados avances tecnológicos han permitido a los habitantes de este mundo la quasi simultánea habilidad de comunicarse con otros habitantes de muy remotos lugares geográficos con solo oprimir algunas teclas.
Ello, sin embargo, no nos debe permitir olvidar que la conservación de nuestra hermosa lengua es de vital importancia; pues, ¿hay acaso algo más importante que la manutención de nuestro primordial vehículo de comunicación, nuestra identidad mexicana y nuestro patrimonio nacional y cultural? Nos está ocurriendo, como muy bien lo expresó en alguna ocasión el gran escritor y filólogo Federico Campbell que “cada vez más, nuestro español hablado y escrito se está pareciendo a ese español pergeñado en las malas traducciones de las películas estadunidenses (que prácticamente son las únicas que vemos)…”. Debemos entonces ser muy cuidadosos como lingüistas y como traductores al traducir los mensajes a nuestra lengua terminal, el español, a fin de ser respetuosos de la fidelidad del texto original, pero también, y quizás aún más importante, de la lealtad a nuestro querido español.
Cuando reflexionamos con consciencia en todo ello, es cuando cavilamos en la decisiva labor de los buenos traductores, para no caer en el famosísimo lugar común de nuestros hermanos italianos: Traduttore, traditore, traductor, traidor. No seamos, pues, tan leales a los extranjerismos sino a nuestra riquísima y, a veces muy soslayada ya, lengua española.
Cada año, el día 30 de septiembre, se celebra el Día Internacional de los Traductores e Intérpretes, fecha en la que se conmemora el sensible fallecimiento de San Jerónimo de Estridón, traductor de La Biblia y santo patrono de los traductores. La FIT –Federación Internacional de los Traductores— desde su gloriosa creación en 1953, se ha encargado de promover esa celebración en beneficio del gremio de los traductores. Así, en 1991, la FIT tuvo la magnífica idea de la creación del Día Internacional de la Traducción y que ahora es ya una celebración de carácter mundial, a fin de mostrar la solidaridad de la comunidad de traductores en todo el mundo, con el magnánimo esfuerzo de fomentar la dignificación de la profesión de los traductores en todos los países, esta vez yendo ahora mucho más allá de las fronteras de las religiones. Esta hermosa profesión, que ya se ha vuelto indispensable en todo el mundo, tiene como objetivo ulterior el de lograr la comunicación y el diálogo entre las lenguas y las culturas de la Tierra.
Entonces, he aquí que viene nuestro mayúsculo encomio: traductor, traductora, sigue sin parar con tu artística y científica labor, sin claudicar y sin descanso, a “renglón seguido o a doble espacio”; sigue favoreciendo el uso y el ejercicio de nuestras bienaventuradas y españolas sintaxis y gramática; y aunque tu labor resulta a veces casi transparente e imperceptible para los lectores finales, y aunque las críticas a tu trabajo sean muchas e incontables, haz como dijo el sabio Rabindranath Tagore: “sé como el sándalo, que perfuma aun el hacha del leñador que lo hiere…”; no te apartes del teclado ni de la pantalla, ni del papel ni del lápiz, ni mucho menos de tus fieles amigos los diccionarios, respetuosos y leales testimonios de tus predecesores; y ocúpate tú de los deberes sencillos y modestos, esos mismos que hicieron que Alejandro Magno, al verse desenmascarado frente a la inigualable humildad y el inconmensurable autodominio del sabio filósofo griego Diógenes de Sínope, le hicieron exclamar: “si yo no fuera Alejandro el Grande, querría sin duda ser Diógenes”.

 

ARTÍCULO PUBLICADO EN EL INDEPENDIENTEDEHIDALGO

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