traductores jurados almeria

Y es que en este país ha habido muchas muy buenas, y otras tantas bastante mediocres.

 

Francisco García Tortosa: «No soporto las traducciones de Shakespeare

Habla por vez primera del proceso de traducción ‘Ulises’. Ahora quiere versionar ‘La tempestad’. El martes abre los XXV encuentros James Joyce en Compostela

Francisco García Tortosa, que ejerció durante muchos años como catedrático en la Universidad de Sevilla, pero también en la de Santiago de Compostela (entre otras), es el tercer traductor de Ulises de Joyce al castellano. La traducción, realizada conjuntamente con María Luisa Venegas Laguéns, se publicó como el número 300 de la colección Letras Universales de Cátedra en 1999, es decir, aún en el siglo pasado: hoy, justo en los días en que la Editorial Galaxia ha dado a la luz la edición en lengua gallega de Ulises, ha alcanzado el estatus de la traducción más celebrada. El próximo martes se inauguran en Santiago los XXV Encuentros dedicados a la figura de James Joyce, organizados en esta ocasión por las tres universidades gallegas. Con ese motivo, el especialista joyceano llega estos días a Compostela. Pero él es un asiduo a esta tierra. El pasado verano pasó parte de su descanso estival en Laxe (en la fotografía), uno de sus lugares favoritos de la Costa da Morte.

SOBRE SU MESA, La Tempestad de Shakespeare, no Ulises. “Veo que siempre hay que volver a los clásicos, profesor”, le digo. “Cuando me voy de viaje, sobre todo en verano, que paso como unos diez días en el monasterio de Armenteira (Pontevedra), suelo echar en la maleta Finnegans Wake. Ese no suele faltar”, dice. “Pero esta vez también he regresado a Shakespeare. Me he pasado la vida encontrando cientos de cosas nuevas en Joyce. Pero ahora resulta que en Shakespeare encuentro no cientos, sino miles de cosas nuevas”. Le pregunto por qué ha regresado precisamente a La Tempestad. Y lo explica: “no sólo para mí, sino para la crítica, es como el último alarido del mago de la palabra. En La Tempestad encuentras los ecos de toda la obra de Shakespeare. Tengo unos versos aquí que traduje este mismo verano en Armenteira, en su jardín. Escucha: “he ensombrecido el sol de la tarde, he embridado los vientos indomables y entre el mar verde y la bóveda azul he provocado la guerra clamorosa. Al relámpago largo retumbante le he dado fuego, y he abatido, desgajado, el roble orgulloso de Júpiter con su
propia espadaña, he hecho temblar los firmes cimientos de la montaña, he despejado y triturado el pino y el cedro…” Este es el Shakespeare de The Tempest que provoca en mí una atracción irresistible”.

GARCÍA TORTOSA cree que más duro que Joyce, no hay nadie. “Traducir a James Joyce es de una dureza inenarrable. Creo que puedo decir que Shakespeare no es tan difícil. Ahora bien, transmitir lo que Shakespeare dice, y tal y como lo dice, me parece casi imposible también”, asegura sin titubear.
“He tenido siempre a mano las otras dos traducciones, además de la mía: la de Valverde y la de Salas Subirats. Pues bien, las traducciones de Shakespeare, simplemente no las aguanto. Y hay muchas. Y tengo varias. Las veo tan lejanas con respecto a lo que Shakespeare trasmitió… No sólo fue un genio de la palabra, sino que fue un mago de la humanidad. Recuerdo cómo describía en Tito Andrónico diciendo “Rome is a wilderness of tigers…”. ¡Y era muy joven cuando decía eso, tan desgarrado! Hablaba del mundo, no de Roma, claro está. No me extraña que haya gente que diga que Shakespeare era un extraterrestre: bueno, yo no lo creo (risas). Pero a veces lo parece… Quisiera traducir La Tempestad, como habrás adivinado. Ya tengo mi edad, y eso dificulta las cosas. Porque sin duda es una empresa que llevará mucho tiempo. Pero bueno, no lo descarto en absoluto”.

EN ESAS ESTAMOS, hablando de Shakespeare, cuando Joyce bracea para volver. El asunto es que Ulises ha alcanzado en la edición de Cátedra la novena edición, lo cual supone, calcula Tortosa, unos 54.000 ejemplares. No está nada mal, sobre todo si consideramos que estamos hablando de una de las obras literarias más complejas que existen.
Más de cincuenta mil españoles habrán leído ya esta traducción de Ulises. Y García Tortosa apunta, divertido: “bueno, la habrán leído o lo habrán intentado”.

GARCÍA TORTOSA cree que ha dedicado demasiada energía a Finnegans Wake. “Hace unos meses en Madrid, en un acto en el Matadero que ahora es la Casa del Lector, alguien me preguntó si le recomendaba la lectura de Finnegans Wake. Le dije que no. Le dije que si lo hacía, se vería forzado a dedicar media vida a desentrañarlo, como nos ha pasado a otros, y la vida tiene muchas más cosas. Hay mucho más que hacer”, explica Tortosa.
Lo cierto es que Finnegans Wake sigue siendo un gran enigma. No hay una historia en esta obra, sino una superposición de historias. Joyce no quería hacer otra cosa que reflejar la realidad.
Ulises es el retrato más fiel que conozco de la realidad: pero la verdad es que Finnegans Wake da un paso más en el esfuerzo por captar la realidad. La vida es una superposición de cosas, de historias, y eso ocurre en este libro: es la obra total. Tortosa  llegó a Joyce bastante tarde. O Joyce llegó tarde a él. Tuve varias escaramuzas con su heredero, y eso que éramos muy amigos. Le dije un día que yo no pertenecía a la Joyce Industry, eso que dicen en América: ya sabes, que muchos logran un puesto importante, o una cátedra, por haberse dedicado a Joyce. En realidad, yo empecé, aquí mismo, en Santiago de Compostela, como profesor de anglosajón. Es como me conocían. Yo agradezco al destino, o a quien sea, que me hiciera profundizar en el original de Beowulf. Eso me ayudó mucho luego, cuando me puse a trabajar a fondo con Ulises”.

UN BUEN DÍA, Francisco García Tortosa y su equipo deciden traducir Ulises. No es algo que se decida todos los días. “Originalmente”, explica Tortosa “ empecé con mi grupo de investigación James Joyce. Recuerdo que al principio hubo un entusiasmo general. Pero muy pronto cayó la mitad: nos quedamos tres. Y a las dos semanas, nos habíamos quedado dos. Éramos María Luisa Venegas y yo, que llegamos al final. Tanto ella como yo tradujimos todo Ulises: todo el libro, cada uno. Quiero dejar esto muy claro, que los dos hicimos la traducción completa de la obra, nada de traducirla al cincuenta por ciento. Esto no lo he dicho hasta ahora. Traducíamos, cotejábamos lo que habíamos hecho por nuestra cuenta y, a veces tras discusiones muy acaloradas (yo me puedo acalorar con cierta facilidad), porque  me enfadaba mucho en ocasiones… y bueno…, reconozco que a veces me pasé. No quiero entrar en detalles ahora sobre esto. Pero, desde luego, comprendo que mis palabras no sentaran bien. Las discusiones eran casi siempre por motivos de interpretación. Era un choque de trenes, tremendo…, pero lo hicimos todo, los dos, salvo precisamente el capítulo 14 (aunque ella también lo hizo). Lo que quiero decir es que, tras su análisis formal, de ese capítulo, el 14, quedó finalmente mi versión. Ahora bien, por lo que se refiere al resto, se trató de una traducción conjunta en la que los dos lo hicimos todo… De la confrontación de las dos versiones, se sacó un gran beneficio”, subraya.

TERMINO preguntándole sobre la posibilidad de traducir Finnegans Wake. Algunos intentos hay. “Desde luego, se puede traducir”, afirma rotundo. “Y, ¿se debe?”, le digo.
Titubea. Y lo reconoce. “Titubeo, ya ves. Se puede, eso seguro… Ahora, que se deba, no sé hasta qué punto. Cuando hice Anna Livia, hubo mucha repercusión en la prensa. Había algunos que decían que era más difícil mi traducción que el original… Y yo lo entendía. Cuando Joyce distorsiona algo, tienes que interpretar cómo lo hizo, tienes que lograr que se parezca, quizás no externamente… de acuerdo… pero tiene que haber un eco, una resonancia. El tipo de distorsión debe ser mantenido por el traductor: si es filológica, pues filológica. Si es histórica, pues histórica. Y claro, hacer eso es endiabladamente difícil. Hay veces en Joyce que lo que se quiere decir no sería posible decirlo con las palabras convencionales.
Por eso usa otras. Siempre recuerdo el Rey Lear… cuando la hija que más quiere al rey sólo es capaz de decirle “I love you, sir”. Y ante el enfado de él, que la cree superficial, y que no le ama lo suficiente, ella responde: “señor, no puedo levantar el corazón hasta mi boca”. Esa es, precisamente: la limitación de la palabra”, concluye.

 

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